“Cultura y Principio Biocéntrico: Caso del Pueblo Yanesha”. Jenny Menacho Agama
(Ponencia en el VI Encuentro Peruano de Biodanza (2006) por Lic. Jenny Menacho Agama, profesora de Biodanza.)
Si bien el Principio Biocéntrico es considerado base en la Biodanza o su razón fundamental de ser, porque regula lo medular de su naturaleza, este principio se inspira en la intuición del universo organizado en función de la vida y pone al descubierto la necesidad de reformular nuestros valores culturales en función del respeto por la vida. Veremos aquí un caso concreto que nos ilustrará una manera de relacionar cultura y principio biocéntrico.
En primer lugar hemos de tratar de preguntarnos ¿qué entendemos por cultura?. Muchas serán las definiciones pero en este espacio básicamente las entenderemos de manera genérica como: Conjunto de formas y modos adquiridos de concebir el mundo, de pensar, de hablar, de expresarse, percibir, comportarse, organizarse socialmente, comunicarse, sentir y valorarse a uno mismo en cuanto individuo y en cuanto a grupo.
Por otro lado, los valores culturales son formulados, enseñados y asumidos dentro de una realidad concreta y no como entes absolutos en un contexto social, representan una opción real con bases ideológicas con las bases sociales y culturales. En este sentido nos preguntamos ¿cómo afirmar valores culturales en función del respeto por la vida?… ¿vivimos o somos poseedores de una cultura biocéntrica en una sociedad pacífica?
Si las preguntas estuvieran dirigidas para nosotros en este momento sólo entre los aquí presentes, la respuesta probablemente sería un contundente NO; pero ¿qué hay de otros como nosotros, u otros muy diferentes a nosotros?. Veamos la respuesta en el caso de los pobladores Yanesha, de la zona Andino Amazónica en la selva central peruana.
Ellos son un ejemplo de preservación de una cultura a favor de la vida, la cual potencian y le rinden pleitesía. Han mantenido por siglos y vienen luchando para que no se desintegre una cultura con un profundo principio biocéntrico, razón de su existencia; porque el cuidado y servicio a sus ancestros que han protegido y animado a sus grupos de descendientes, hace que nos señalen hoy en día lugares específicos dentro de un ecosistema natural y biodiverso, los que son parte de un territorio y paisaje sagrado para ellos.
El caso del pueblo Yanesha, lo constituyen alrededor de unas 8000 personas, cuyo idioma de filiación es el Arawak, con mucha influencia Quechua. Están organizados en unas treinta Comunidades Nativas y tres federaciones étnicas. Es considerado oficialmente como pueblo indígena amazónico.
Largas investigaciones sobre este pueblo sostienen que la historia oral, al igual que las canciones ancestrales de espíritus de las montañas, el agua y los animales guían a aquellos pueblos indígenas que aún los escuchan. El pasado continúa guiando y ajusticiando en el presente sus reclamos de tierra, agua, árboles, identidad, cultura y derechos colectivos.
El territorio que ocupan hoy los Yanesha ha sido considerablemente reducido y su centro de gravedad se encuentra hoy mucho más al norte y más abajo en la cuenca del río Pachitea. Sin embargo, ellos continúan manteniendo vivos sus lazos con los ancestros, fundadores del linaje y divinidades tutelares que marcan el espacio andino con el que están asociados.
Definiciones como “nosotros como un pueblo”, “nuestro territorio”, se han vuelto muy flexibles, dinámicas y difíciles de establecer con precisión dentro del contexto de la civilización andina central, probablemente debido al tremendo movimiento de personas, ejércitos, ideas, lenguas, bienes intercambiables y tradiciones a lo largo de los últimos 6000 años.
Los Yanesha han custodiado hasta hoy una tradición oral que nos relata aspectos fundamentales de la cosmovisión y concepto de territorio de la civilización centro-andina. Nos demuestran que no han escindido su cultura, por el contrario, han mantenido la asociación entre los ancestros buenos y malos, buscan la sinergia entre el cuerpo y alma de todos los seres vivos, mantienen la unidad hombre y naturaleza, materia y energía, individuo y sociedad, sagrado y profano.
En los Andes centrales, en épocas pre-hispánicas, lo importante para los pueblos no fue un lindero que demarcaba el polígono de un territorio específico, sino la pertenencia a un grupo de parentesco que desciende de un ancestro menor y que a su vez, pertenece a un grupo más amplio que comparta ancestros mayores.
Como biodanzantes, así como los Yanesha, debemos continuar siendo seres de cultura, porque promover una cultura de la vida, propone superar la antinomia naturaleza-cultura, instinto-aprendizaje, cuerpo-alma. La educación biocéntrica nos propone entonces aprender a vivir. Y esto puede resumirse en dos grandes líneas: desarrollar nuestra información instintiva y saber convivir.
En nuestro país, dada su riqueza y diversidad cultural, tenemos hoy más que nunca el desafío de la convivencia, y como biodanzates hemos de propiciar una cultura del encuentro, a la manera de Martín Buber, Pichón Riviere, Paulo Freire, Humberto Maturana, Rolando Toro y otros; rescatando en la historia de la cultura humana una filosofía biocéntrica que permita la convivencia de todas las formas de vida y de todas las formas de humanidad, sintetizándola en la propuesta de una inteligencia afectiva de Rolando Toro.
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